Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-5TM (APA, 2013) se define el trastorno eréctil cuando se cumplen los siguientes criterios:

A. Por lo menos se tiene que experimentar uno de los tres síntomas siguientes en casi todas o todas las ocasiones (aproximadamente 75%-100%) de la actividad sexual en pareja (en situaciones y contextos concretos o, si es generalizada, en todos los contextos):

1. Dificultad marcada para conseguir una erección durante la actividad sexual.

2. Dificultad marcada para mantener la erección hasta finalizar la actividad sexual.

3. Reducción marcada de la rigidez de la erección.

B. Los síntomas del Criterio A han persistido durante unos seis meses como mínimo.

C. Los síntomas del Criterio A provocan un malestar clínicamente significativo en el individuo.

D. La disfunción sexual no se explica mejor por un trastorno mental no sexual o como consecuencia de una alteración grave de la relación u otros factores estresantes significativos, y no se puede atribuir a los efectos de una sustancia/medicación o a otra afección médica. Hay que especificar si es de por vida o adquirido y si es generalizado o situacional.

Los mismos criterios se mantienen en la clasificación estadística internacional de las enfermedades y trastornos relacionados con la salud, CIE-10 (OMS, 1992), también incluye un criterio temporal por el que se establece que ha de tener una duración mínima de seis meses. Existen diferentes patrones de trastorno eréctil.

Algunos hombres explican la incapacidad para obtener la erección ya desde el inicio de la relación sexual; otros, refieren que consigue una erección normal pero la pierden al intentar penetrar. Algunas personas pueden obtener una erección suficiente para la penetración, pero la pierden antes o durante los movimientos coitales; otras, en cambio, son capaces de presentar erecciones solamente durante la masturbación o por la mañana al levantarse. Las erecciones que se producen durante la masturbación pueden asimismo desaparecer, pero es menos frecuente que esto suceda. De entre las disfunciones sexuales masculinas, los trastornos erectivos ocupan la primera posición como motivo de consulta. En diferentes trabajados publicados sobre muestras de población occidental, la disfunción eréctil afecta a más de la mitad de los hombres de 40 a 70 años de edad. La frecuencia alcanza cotas que van desde el 37% (Mears, 1978), pasando por el 42% (Bancroft, 1983, Vázquez, Graña y Ochoa, 1991) hasta el 48% (Hurtado, Teodoro, Royo y Muñoz, 1996). En el MMAS (Massachusetts Male Aging Study, Feldman, Goldestein, Hatzichristou et al., 1994) realizado en Estados Unidos entre 1290 varones de edades comprendidas entre 40 y 70 años, la prevalencia de disfunción eréctil de cualquier grado era del 52%. En el estudio EDEM (Epidemiología de la Disfunción Eréctil Masculina, Martín Morales et al., 2001), que se realizó en una muestra de 2476 varones españoles de entre 25 y 70 años edad, se encontró algún grado de disfunción eréctil en el 12,1%. En conjunto, cabe afirmar que hasta un total del 50% de la población general masculina puede experimentar períodos de disfunción eréctil al menos de forma transitoria.

Los factores psicógenos son las que explican la mayor parte de los trastornos de la erección, destaca la ansiedad relacionada con la actividad sexual que es debida fundamentalmente a la exigencia de lograr una buena erección, ser capaz de mantenerla, realizar el coito y satisfacer correctamente a la pareja. El varón que hace todo esto acabará preocupándose en exceso al comprobar que en alguna ocasión no logra lo que se propone y a partir de ese momento puede empezar a preocuparse excesivamente por lograr la erección deseada. Así pues, el miedo a no rendir adecuadamente o a no estar a la altura de las circunstancias puede llegar a influir de una manera decisiva en la aparición y posterior mantenimiento de este trastorno. Otro grupo de causas psicológicas son las creencias, expectativas o estilos cognitivos distorsionados que tienen algunos hombres respecto a la sexualidad y a su funcionamiento. Asimismo, la existencia de problemas de estrés o el cansancio excesivo, pueden originar este trastorno.

El procedimiento habitual de tratamiento es empezar por terapia educativa para dar a conocer el funcionamiento normal de la sexualidad y por reestructuración cognitiva para desmontar prejuicios e ideas distorsionadas, en el caso de que las hubiera. Posteriormente se aplica la estrategia terapéutica más adecuada, en dependencia de las causas mantenedoras del trastorno.

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