Ene
2024
El autor de esta obra es un poeta inspirado que quiere cantar al amor. Ignoramos cuando y donde compuso su obra; la tendencia actual es situarla en el posexilio; tal vez el s. II a.C. ¿Trata el Cantar del amor divino o del amor humano? Se impone una constatación: el nombre divino aparece tan solo una vez, y de forma abreviada (8,6); sin embargo, es precipitado deducir de este dato que el Cantar habla solamente (¡nada más y nada menos!) que del amor humano entre un hombre y una mujer.
Un poema lleno de sensualidad que trata el Amor a través del erotismo y la voluptuosidad de las imágenes del amor conyugal como reflejo del Amor divino.
El autor ha escrito amor con y sin artículo, es decir, «el amor» y «Amor», respectivamente. ¿No habrá alguna intencionalidad tras este recurso lingüístico? Parece que sí. El amor es el símbolo más elocuente y digno para hablar de Dios. «Dios es Amor», repetirá el Nuevo Testamento (1 Jn 4,8.16). En el amor humana destella el amor único e infinito divino. Al fin y al cabo, el amor es mayor que la fe y que la esperanza (1 Cor 13,13).
11Cantar de los cantares. De Salomón.
2¡Béseme con los besos de su boca! ¡Tus amores son más dulces que el vino!
3¡Qué exquisito el olor de tus perfumes; aroma que se expande es tu nombre; por eso te aman las doncellas!
4Llévame contigo, ¡corramos!; condúzcame el rey a su alcoba; disfrutemos y gocemos juntos, saboreemos tus amores embriagadores. ¡Con razón te aman las doncellas!
5Soy morena pero hermosa, muchachas de Jerusalén, como las tiendas de Quedar, como las lonas de Salmá.
6No os fijéis en mi tez morena, pues el sol me ha bronceado.
Mis hermanos se enfadaron conmigo; me pusieron a guardar las viñas. ¡Y mi propia viña no la guardé!
7Dime, amado mío, dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía, para que no sea como una errante, tras los rebaños de tus compañeros.
8Si no lo sabes por ti misma, la más bella de las mujeres, sigue las huellas del rebaño, y lleva a pacer tus cabritillas junto a las chozas de los pastores.
9Te comparo, amada mía, a la yegua de la carroza del faraón.
10¡Bellos son tus flancos oscilantes, y bello tu cuello entre collares!
11Te haremos collarines de oro con engastes de plata.
12Mientras el rey yacía en su diván, mi nardo exhalaba su perfume.
13Bolsita de mirra es mi amado para mí: entre mis pechos descansa.
14Es mi amado para mí un manojito de alheña, en las viñas de Engadí.
15¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! ¡Palomas son tus ojos!
16¡Qué bello eres, amado mío, cuán delicioso! ¡Y nuestro lecho es frondoso!
17El techado de nuestra casa es de cedro, y nuestro artesonado, de enebro.
21Soy un narciso de la llanura, una rosa de los valles.
2Como rosa entre espinas es mi amada entre las mozas.
3Como manzano entre árboles silvestres, es mi amado entre los mozos: desearía yacer a su sombra, pues su fruto me es dulce al paladar.
4Me llevó al banquete, y enarboló sobre mí la bandera de su amor.
5Tendedme entre las tortas de pasa, recostadme entre las manzanas, porque estoy enferma de amor.
6Su izquierda bajo mi cabeza y su diestra me abraza.
7Os conjuro, muchachas de Jerusalén, por las gacelas y las ciervas del campo, que no despertéis ni desveléis a la amada hasta que ella quiera.
8¡Un rumor…! ¡Mi amado! Vedlo, aquí llega, saltando por los montes, brincando por las colinas.
9Es mi amado un gamo, parece un cervatillo. Vedlo parado tras la cerca, mirando por la ventana, atisbando por la celosía.
10Habla mi amado y me dice: «Levántate, amada mía, hermosa mía y ven».
11Mira, el invierno ya ha pasado, las lluvias cesaron, se han ido.
12Brotan las flores en el campo, llega la estación de la poda, el arrullo de la tórtola se oye en nuestra tierra.
13En la higuera despuntan las yemas, las viñas en flor exhalan su perfume. «Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente».
14Paloma mía, en las oquedades de la roca, en el escondrijo escarpado, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz: es muy dulce tu voz y fascinante tu figura.
15«Atrapadnos las raposas, las raposas pequeñitas, que devastan nuestras viñas, nuestras viñas floridas».
16Mi amado es mío y yo suya, ¡se deleita entre las rosas!
17Hasta que surja el día y huyan las tinieblas, ronda, amado mío, sé como un gamo, aseméjate a un cervatillo sobre las colinas de Beter.
31En mi lecho, por la noche, buscaba al amor de mi alma; lo buscaba, y no lo encontraba.
2«Me levantaré y rondaré por la ciudad, por las calles y las plazas, buscaré al amor de mi alma». Lo busqué y no lo encontré.
3Me encontraron los centinelas que hacen la ronda por la ciudad. —«¿Habéis visto al amor de mi alma?».
4En cuanto los hube pasado, encontré al amor de mi alma. Lo abracé y no lo solté, hasta meterlo en mi casa materna, en la alcoba de la que me concibió.
5Os conjuro, muchachas de Jerusalén, por las gacelas y las ciervas del campo, que no despertéis ni desveléis a la amada hasta que ella quiera.
6¿Quién es esta que sube del desierto, como columna de humo, perfumada con mirra y olíbano, con tantos aromas exóticos?
7¡Mira: la litera de la Sulamita! Sesenta valientes la escoltan, de los más valientes de Israel.
8Todos ellos empuñan la espada, son adiestrados guerreros: cada uno con la espada al flanco, contra las emboscadas nocturnas.
9El rey Salomón se ha hecho un palanquín con maderas del Líbano:
10hizo de plata sus columnas, de oro su respaldo, de púrpura su asiento; recamado de marfil en su interior.
11Muchachas de Jerusalén, salid; contemplad, muchachas de Sión, al rey Salomón con la corona que le ciñó su madre, el día de su boda, | día de fiesta en su corazón.
41Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! ¡Palomas son tus ojos tras el velo! Tus cabellos, como un rebaño de cabras que trisca por la sierra de Galaad.
2Tus dientes, cual hato de ovejas trasquiladas, que suben del baño; todas ellas gemelas; ninguna solitaria.
3Cinta escarlata tus labios, y tu habla, fascinante. Dos cortes de granada tus mejillas tras el velo.
4Tu cuello, cual torre de David, edificada con sillares: mil escudos penden de ella, los paveses de los valientes.
5Tus dos pechos, dos crías mellizas de gacela que pacen entre rosas.
6Hasta que surja el día, y huyan las tinieblas, iré al monte de la mirra, a la colina del incienso.
7¡Toda bella eres, amada mía, no hay defecto en ti!
8¡Ven del Líbano, esposa, ven del Líbano, acércate! ¡Desciende de la cumbre del Amaná, de las cumbres del Senir y del Hermón, de las guaridas de leones, de los montes de leopardos!
9Me has robado el corazón, hermana mía, esposa; me has robado el corazón con una sola mirada tuya, con una vuelta de tus collares.
10¡Cuán bellos son tus amores, hermana mía, esposa! | ¡Tus amores son más dulces que el vino! ¡más exquisito que el bálsamo el olor de tus perfumes!
11Néctar destilan tus labios, esposa mía, miel y leche bajo tu lengua; la fragancia de tus vestidos, cual fragancia del Líbano.
12Eres huerto cerrado, hermana mía, esposa; manantial cerrado, fuente sellada.
13Es tu seno paraíso de granados, con frutos exquisitos: alheña con nardos,
14nardo y azafrán, canela y cinamomo, con los árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores ungüentos.
15¡Fuente de los jardines, manantial de aguas vivas, que fluyen del Líbano!
16Despierta, cierzo; acércate, ábrego; soplad en mi jardín, que exhale sus aromas. Entre mi amado en su jardín y coma sus frutos exquisitos.
51He entrado en mi jardín, hermana mía, esposa; he recogido mi mirra y mi bálsamo, he comido mi néctar con mi miel, he bebido mi vino con mi leche. ¡Comed, amigos, bebed, embriagaos de amores!
2Yo dormía, pero mi corazón velaba. ¡Un rumor…! Mi amado llama: «Ábreme, hermana mía, amada mía, mi paloma sin tacha; que mi cabeza está cubierta de rocío, mis rizos del relente de la noche».
3Me he quitado la túnica, ¿cómo vestirme otra vez?; me he lavado los pies, ¿cómo mancharlos de nuevo?
4Mi amado introdujo su mano por el postigo, y mis entrañas se estremecieron por él.
5Me levanté para abrir a mi amado, y mis manos destilaban mirra; mis dedos goteaban mirra, en el pestillo de la cerradura.
6Abrí yo misma a mi amado, pero mi amado ya se había marchado. ¡El alma se me fue tras él! Lo busqué y no lo encontré, lo llamé y no me respondió.
7Me encontraron los centinelas, que hacen la ronda por la ciudad; me golpearon, me hirieron, me desgarraron el velo los centinelas de las murallas.
8Os conjuro, muchachas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿qué habéis de decirle? Que he sido herida de amor.
9¿Qué tiene de particular tu amado, tú, la más bella de las mujeres? ¿Qué tiene de particular tu amado, para que así nos conjures?
10Mi amado es radiante y bermejo, egregio entre millares.
11Su cabeza es oro finísimo; sus rizos, colinas ondulantes, son negros como el cuervo.
12Sus ojos, cual palomas a la vera de las aguas: se bañan en leche, se posan en la orilla.
13Sus mejillas, plantel de balsameras, semillero de plantas aromáticas. Sus labios rosáceos destilan mirra líquida.
14Sus manos, cofres de oro, llenos de gemas. Su vientre, disco de marfil, cubierto de zafiros.
15Sus piernas, columnas de alabastro, asentadas en basas de oro. Su porte, como el Líbano, esbelto como los cedros.
16Su talle es delicioso, todo él es codiciable. Así es mi amado, así es mi amigo, muchachas de Jerusalén.
61¿Adónde se fue tu amado, tú, la más bella de las mujeres? ¿Adónde se encaminó tu amado, para que lo busquemos contigo?
2Mi amado ha bajado a su jardín, al plantel de balsameras, a deleitarse en el jardín, a recoger sus rosas.
3Yo soy para mi amado y mi amado es para mí. ¡Se deleita entre las rosas!
4Eres bella, amada mía, como Tirsá, fascinante como Jerusalén, imponente como un batallón.
5Aparta de mí tus ojos, que me turban. Tus cabellos, como un rebaño de cabras que trisca por la sierra de Galaad.
6Tus dientes, cual hato de ovejas que suben del baño; todas ellas gemelas, ninguna solitaria.
7Dos cortes de granada tus mejillas, tras el velo.
8Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas e innumerables las doncellas,
9pero única es mi paloma hermosísima, única es para su madre, predilecta de aquella que la engendró. Las doncellas la felicitan al verla, las reinas y las concubinas la elogian.
10«¿Quién es esta que despunta como el alba, hermosa como la luna, refulgente como el sol, imponente como un batallón?».
11Había bajado al nogueral, a contemplar la floración del valle, a ver si las vides habían brotado, a ver si florecían los granados.
12¡Sin que yo me diera cuenta, me raptó; me puso en los carros de Aminadab!
71¡Gira, gira, Sulamita! ¡Gira y gira, que te contemplemos! ¿Qué contempláis en la Sulamita, que danza entre dos coros?
2¡Qué bellos son tus pies con sandalias, hija de príncipe! La juntura de tus caderas es un collar, obra artesana de orfebre;
3tu ombligo, un ánfora redonda, | ¡que nunca le falte el vino mezclado!; tu seno, un montoncito de trigo, un recinto de rosas;
4tus dos pechos, dos crías mellizas de gacela;
5tu cuello, como torre de marfil; tus ojos, las piscinas de Jesbón, junto a las puertas de Batrabín; tu nariz, como la torre del Líbano, que mira hacia Damasco;
6tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como púrpura regia, se recoge en el cintero.
7¡Cuán bello y dulce es amor en las delicias!
8Se asemeja tu talle a una palmera y tus pechos a racimos.
9Me dije: «Treparé a la palmera, cosecharé sus dátiles». Son tus pechos racimos de uvas; tu aliento, aroma de manzanas,
10y tu paladar, un vino exquisito que entra fácilmente, que se desliza suavemente entre mis labios.
11Yo soy de mi amado, y él me busca con pasión.
12Ven, amado mío, salgamos al campo; pernoctemos entre los cipreses;
13amanezcamos entre las viñas; veremos si las vides han brotado, si se abren las yemas, si florecen los granados; allí te daré mis amores.
14Las mandrágoras exhalan su fragancia, nuestra puerta rebosa de frutos: los nuevos y los antiguos, amado mío, los he reservado para ti.
81¡Oh, si fueras mi hermano, amamantado a los pechos de mi madre! Al encontrarte en la calle, te besaría sin que nadie me despreciara.
2Te llevaría, te metería en la casa de mi madre, allí me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granadas.
3Su izquierda bajo mi cabeza, y su diestra me abraza.
4Os conjuro, muchachas de Jerusalén: que no despertéis ni desveléis a la amada hasta que ella quiera.
5¿Quién es esta que sube del desierto, apoyada en su amado? —Te desperté bajo el manzano, allí donde te concibió tu madre, donde tu progenitora te dio a luz.
6Grábame como sello en tu corazón, grábame como sello en tu brazo, porque es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo; sus dardos son dardos de fuego, llamaradas divinas.
7Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Quien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, sería sumamente despreciable.
8Tenemos una hermanita, sin pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermanita cuando sea pedida?
9Si ella es una muralla, la coronaremos con almenas de plata; si es una puerta, | la reforzaremos con tablones de cedro.
10Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres; pero a sus ojos soy embajadora de paz.
11Salomón tenía una viña en Betleamón; arrendó la viña a los guardas, y cada uno le entregaba por sus frutos mil siclos de plata.
12Mi propia viña es para mí, los mil siclos para ti, Salomón, y doscientos para los guardas.
13¡Mujer que yaces en el jardín, —los compañeros están al acecho—, permíteme escuchar tu voz!
14«Entra, amado mío, sé cómo un gamo, o un cervatillo, sobre las colinas de las balsameras».
Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC
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